YERMA
Poema trágico en III actos y VI cuadros
Acto primero
CUADRO PRIMERO
Al levantarse el telón está Yerma dormida con un tabanque de costura a los pies. La
escena tiene una extraña luz de sueño. Un Pastor sale de puntillas, mirando fijamente a
Yerma. Lleva de la mano a un niño vestido de blanco. Suena el reloj. Cuando sale el
pastor, la luz azul se cambia por una alegre luz de mañana de primavera. Yerma se
despierta.
CANTO
Voz (dentro)
A la nana, nana, nana,
a la nanita le haremos
una chocita en el campo
y en ella nos meteremos.
YERMA. Juan. ¿Me oyes? Juan.
JUAN Voy.
YERMA Ya es la hora.
JUAN ¿Pasaron las yuntas?
YERMA Ya pasaron todas.
JUAN Hasta luego. (Va a salir.)
YERMA ¿No tomas un vaso de leche?
JUAN ¿Para qué?
YERMA Trabajas mucho y no tienes tú cuerpo para resistir los trabajos.
JUAN Cuando los hombres se quedan enjutos se ponen fuertes, como el acero.
YERMA Pero tú no. Cuando nos casamos eras otro. Ahora tienes la cara blanca como
si no te diera en ella el sol. A mí me gustaría que fueras al río y nadaras, y que te
subieras al tejado cuando la lluvia cala nuestra vivienda. Veinticuatro meses llevamos
casados y tú cada vez más triste, más enjuto, como si crecieras al revés.
JUAN ¿Has acabado?
YERMA. (Levantándose.) No lo tomes a mal. Si yo estuviera enferma me gustaría que
tú me cuidases. «Mi mujer está enferma: voy a matar este cordero para hacerle un buen
guiso de carne. Mi mujer está enferma: voy a guardar esta enjundia de gallina para
aliviar su pecho; voy a llevarle esta piel de oveja para guardar sus pies de la nieve.» Así
soy yo. Por eso te cuido.
JUAN. Y yo te lo agradezco.
YERMA. Pero no te dejas cuidar.
JUAN. Es que no tengo nada. Todas esas cosas son suposiciones tuyas. Trabajo mucho.
Cada año seré más viejo.
YERMA. Cada año... Tú y yo seguiremos aquí cada año...
JUAN(Sonriente.) Naturalmente. Y bien sosegados. Las cosa de la labor van bien, no
tenemos hijos que gasten.
YERMA. No tenemos hijos... ¡Juan!
JUAN. Dime.
YERMA. ¿Es que yo no te quiero a ti?
JUAN. Me quieres.
YERMA. Yo conozco muchachas que han temblado y lloraron antes de entrar en la
cama con sus maridos. ¿Lloré yo la primera vez que me acosté contigo? ¿No cantaba al
levantar los embozos de holanda? ¿Y no te dije: «¡Cómo huelen a manzana estas
ropas!?
JUAN. ¡Eso dijiste!
YERMA. Mi madre lloró porque no sentí separarme de ella. ¡Y era verdad! Nadie se
casó con más alegría. Y sin embargo...
JUAN. Calla.
YERMA. Callo. Y sin embargo...
JUAN. Demasiado trabajo tengo yo con oír en todo momento...
YERMA. No. No me repitas lo que dicen. Yo veo por mis ojos que eso no puede ser...
A fuerza de caer la lluvia sobre las piedras éstas se ablandan y hacen crecer jaramagos,
que las gentes dicen que no sirven para nada. Los jaramagos no sirven para nada, pero
yo bien los veo mover sus flores amarillas en el aire.
JUAN. ¡Hay que esperar!
YERMA. ¡Sí, queriendo! (Yerma abraza y besa al Marido, tomando ella la iniciativa.)
JUAN. Si necesitas algo me lo dices y lo traeré. Ya sabes que no me gusta que salgas.
YERMA. Nunca salgo.
JUAN. Estás mejor aquí.
YERMA. Sí.
JUAN. La calle es para la gente desocupada.
YERMA. (Sombría.) Claro.
(El Marido sale y Yerma se dirige a la costura, se pasa la mano por el vientre, alza los
brazos en un hermoso bostezo y se sienta a coser.)
¿De dónde vienes, amor, mi niño?
«De la cresta del duro frío.»
(Enhebra la aguja)
¿Qué necesitas, amor, mi niño?
«La tibia tela de tu vestido.»
¡Que se agiten las ramas al sol
y salten las fuentes alrededor!
(Como si hablara con un niño.)
En el patio ladra el perro,
en los árboles canta el viento.
Los bueyes mugen al boyero
y la luna me riza los cabellos.
¿Qué pides, niño, desde tan lejos?
(Pausa)
«Los blancos montes que hay en tu pecho.»
¡Que se agiten las ramas al sol
y salten las fuentes alrededor!
(Cosiendo)
Te diré, niño mío, que sí.
Tronchada y rota soy para ti.
¡Cómo me duele esta cintura
donde tendrás primera cuna!
¿Cuándo, mi niño, vas a venir?
(Pausa)
«Cuando tu carne huela a jazmín.
¡Que se agiten las ramas al sol
y salten las fuentes alrededor!
(Yerma queda cantando. Por la puerta entra María, que viene con un lío de ropa.)
YERMA¿De dónde vienes?
MARÍA. De la tienda.
YERMA. ¿De la tienda tan temprano?
MARÍA. Por mi gusto hubiera esperado en la puerta a que abrieran. ¿Y a que no sabes
lo que he comprado?
YERMA. Habrás comprado café para el desayuno, azúcar, los panes.
MARÍA. No. He comprado encajes, tres varas de hilo, cintas y lana de color para hacer
madroños. El dinero lo tenía mi marido y me lo ha dado él mismo.
YERMA. Te vas a hacer una blusa.
MARÍA. No, es porque... ¿sabes?
YERMA. ¿Qué?
MARÍA. Porque ¡ya ha llegado! (Queda con la cabeza baja.)
(Yerma se levanta y queda mirándola con admiración.)
YERMA. ¡A los cinco meses!
MARÍA. Sí.
YERMA. ¿Te has dado cuenta de ello?
MARÍA. Naturalmente.
YERMA. (Con curiosidad.)¿Y qué sientes?
MARÍA. No sé. (Pausa.) Angustia.
YERMA. Angustia. (Agarrada a ella.) Pero... ¿cuándo llegó? Dime... Tú estabas
descuidada...
MARÍA. Sí, descuidada...
YERMA. Estarías cantando, ¿verdad? Yo canto. ¿Tú?..., dime
MARÍA. No me preguntes. ¿No has tenido nunca un pájaro vivo apretado en la mano?
YERMA. Sí.
MARÍA. Pues lo mismo... pero por dentro de la sangre.
YERMA. ¡Qué hermosura! (La mira extraviada.)
MARÍA. Estoy aturdida. No sé nada.
YERMA. ¿De qué?
MARÍA. De lo que tengo que hacer. Le preguntaré a mi madre.
YERMA. ¿Para qué? Ya está vieja y habrá olvidado estas cosas. No andes mucho y
cuando respires respira tan suave como si tuvieras una rosa entre los dientes.
MARÍA. Oye, dicen que más adelante te empuja suavemente con las piernecitas.
YERMA. Y entonces es cuando se le quiere más, cuando se dice ya ¡mi hijo!
MARÍA. En medio de todo tengo vergüenza.
YERMA. ¿Qué ha dicho tu marido?
MARÍA. Nada.
YERMA. ¿Te quiere mucho?
MARÍA. No me lo dice, pero se pone junto a mí y sus ojos tiemblan como dos hojas
verdes.
YERMA. ¿Sabía él que tú...?
MARÍA. Sí.
YERMA. ¿Y por qué lo sabía?
MARÍA. No sé. Pero la noche que nos casamos me lo decía constantemente con su
boca puesta en mi mejilla, tanto que a mí me parece que mi niño es un palomo de
lumbre que él me deslizó por la oreja.
YERMA. ¡Dichosa!
MARÍA. Pero tú estás más enterada de esto que yo.
YERMA. ¿De qué me sirve?
MARÍA. ¡Es verdad! ¿Por qué será eso? De todas las novias de tu tiempo tú eres la
única...
YERMA. Es así. Claro que todavía es tiempo. Elena tardó tres años, y otras antiguas,
del tiempo de mi madre, mucho más, pero dos años y veinte días, como yo, es
demasiada espera. Pienso que no es justo que yo me consuma aquí. Muchas veces salgo
descalza al patio para pisar la tierra, no sé por qué. Si sigo así, acabaré volviéndome
mala.
MARÍA. ¡Pero ven acá, criatura! Hablas como si fueras una vieja. ¡Qué digo! Nadie
puede quejarse de estas cosas. Una hermana de mi madre lo tuvo a los catorce años, ¡y
si vieras qué hermosura de niño!
YERMA. (Con ansiedad.) ¿Qué hacía?
MARÍA. Lloraba como un torito, con la fuerza de mil cigarras cantando a la vez, y nos
orinaba y nos tiraba de las trenzas y, cuando tuvo cuatro meses, nos llenaba la cara de
arañazos.
YERMA. (Riendo.) Pero esas cosas no duelen.
MARÍA. Te diré...
YERMA. ¡Bah! Yo he visto a mi hermana dar de mamar a su niño con el pecho lleno
de grietas y le producía un gran dolor, pero era un dolor fresco, bueno, necesario para la
salud.
MARÍA Dicen que con los hijos se sufre mucho.
YERMA. Mentira. Eso lo dicen las madres débiles, las quejumbrosas. ¿Para qué los
tienen? Tener un hijo no es tener un ramo de rosas. Hemos de sufrir para verlos crecer.
Yo pienso que se nos va la mitad de nuestra sangre. Pero esto es bueno, sano, hermoso.
Cada mujer tiene sangre para cuatro o cinco hijos, y cuando no los tienen se les vuelve
veneno, como me va a pasar a mí.
MARÍA. No sé lo que tengo.
YERMA. Siempre oí decir que las primerizas tienen susto.
MARÍA. (Tímida.) Veremos... Como tú coses tan bien...
YERMA. (Cogiendo el lío.) Trae. Te cortaré los trajecitos. ¿Y esto?
MARÍA. Son los pañales.
YERMA. Bien. (Se sienta.)
MARÍA. Entonces... Hasta luego.
(Se acerca y Yerma le coge amorosamente el vientre con las manos.)
YERMA. No corras por las piedras de la calle.
MARÍA. Adiós. (La besa. Sale.)
YERMA. ¡Vuelve pronto! (Yerma queda en la misma actitud que al principio. Coge las
tijeras y empieza a cortar. Sale Víctor.) Adiós, Víctor.
VÍCTOR. (Es profundo y lleno de firme gravedad.) ¿Y Juan?
YERMA. En el campo.
VÍCTOR. ¿Qué coses?
YERMA. Corto unos pañales.
VÍCTOR. (Sonriente.) ¡Vamos!
YERMA. (Ríe.) Los voy a rodear de encajes.
VÍCTOR. Si es niña le pondrás tu nombre.
YERMA. (Temblando.) ¿Cómo?...
VÍCTOR. Me alegro por ti.
YERMA. (Casi ahogada.) No..., no son para mí. Son para el hijo de María
VÍCTOR Bueno, pues a ver si con el ejemplo te animas. En esta casa hace falta un
niño.
YERMA . (Con angustia.) Hace falta.
VÍCTOR Pues adelante. Dile a tu marido que piense menos en el trabajo. Quiere juntar
dinero y lo juntará, pero ¿a quién lo va a dejar cuando se muera? Yo me voy con las
ovejas. Le dices a Juan que recoja las dos que me compró. Y en cuanto a lo otro..., ¡que
ahonde! (Se va sonriente.)
YERMA. (Con pasión.) Eso; ¡que ahonde!
(Yerma, que en actitud pensativa se levanta y acude al sitio donde ha estado
Viacute;ctor y respira fuertemente como si aspirara aire de montaña, después va al
otro lado de la habitación, como buscando algo, y de allí vuelve a sentarse y coge otra
vez la costura. Comienza a coser y queda con los ojos fijos en un punto.)
TELÓN.
CUADRO SEGUNDO
Campo. Sale YERMA. Trae una cesta. Sale la Vieja 1
YERMA. Buenos días.
VIEJA. Buenos los tenga la hermosa muchacha. ¿Dónde vas?
YERMA. Vengo de llevar la comida a mi esposo, que trabaja en los olivos.
VIEJA. ¿Llevas mucho tiempo de casada?
YERMA. Tres años.
VIEJA. ¿Tienes hijos?
YERMA. No.
VIEJA. ¡Bah! ¡Ya tendrás!
YERMA. (Con ansia.) ¿Usted lo cree?
VIEJA. ¿Por qué no? (Se sienta.) También yo vengo de traer la comida a mi esposo. Es
viejo. Todavía trabaja. Tengo nueve hijos como nueve soles, pero, como ninguno es
hembra, aquí me tienes a mí de un lado para otro.
YERMA. Usted vive al otro lado del río.
VIEJA. Sí. En los molinos. ¿De qué familia eres tú?
YERMA. Yo soy hija de Enrique el pastor.
VIEJA. ¡Ah! Enrique el pastor. Lo conocí. Buena gente. Levantarse, sudar, comer unos
panes y morirse. Ni mas juego, ni más nada. Las ferias para otros. Criaturas de silencio.
Pude haberme casado con un tío tuyo. Pero ¡ca! Yo he sido una mujer de faldas en el
aire, he ido flechada a la tajada de melón, a la fiesta, a la torta de azúcar. Muchas veces
me he asomado de madrugada a la puerta creyendo oír música de bandurria que iba, que
venía, pero era el aire. (Ríe.) Te vas a reír de mí. He tenido dos maridos, catorce hijos,
seis murieron, y sin embargo no estoy triste y quisiera vivir mucho mas. Es lo que digo
yo: las higueras, ¡cuánto duran!; las casas, ¡cuánto duran!; y sólo nosotras, las
endemoniadas mujeres, nos hacemos polvo por cualquier cosa.
YERMA. Yo quisiera hacerle una pregunta.
VIEJA. ¿A ver? (La mira.) Ya sé lo que me vas a decir. De estas cosas no se puede
decir palabra. (Se levanta.)
YERMA. (Deteniéndola.) ¿Por qué no? Me ha dado confianza el oírla hablar. Hace
tiempo estoy deseando tener conversación con mujer Vieja. Porque yo quiero
enterarme. Sí. Usted me dirá...
VIEJA. ¿Qué?
YERMA. (Bajando la voz.) Lo que usted sabe. ¿Por qué estoy yo seca ? ¿Me he de
quedar en plena vida para cuidar aves o poner cortinitas planchadas en mi ventanillo?
No. Usted me ha de decir lo que tengo que hacer, que yo haré lo que sea; aunque me
mande clavarme agujas en el sitio más débil de mis ojos.
VIEJA. ¿Yo? Yo no sé nada. Yo me he puesto boca arriba y he comenzado a cantar.
Los hijos llegan como el agua. ¡Ay! ¿Quién puede decir que este cuerpo que tienes no
es hermoso? Pisas, y al fondo de la calle relincha el caballo. ¡Ay! Déjame, muchacha,
no me hagas hablar. Pienso muchas ideas que no quiero decir.
YERMA. ¿Por qué? Con mi marido no hablo de otra cosa.
VIEJA. Oye. ¿A ti te gusta tu marido?
YERMA . ¿Cómo?
VIEJA. ¿Qué si lo quieres? ¿Si deseas estar con él?...
YERMA. No sé.
VIEJA. ¿No tiemblas cuando se acerca a ti? ¿No te da así como un sueño cuando
acerca sus labios? Dime.
YERMA. No. No lo he sentido nunca.
VIEJA. ¿Nunca? ¿Ni cuando has bailado?
YERMA. (Recordando.) Quizá... Una vez... Víctor...
VIEJA. Sigue .
YERMA. Me cogió de la cintura y no pude decirle nada porque no podía hablar. Otra
vez, el mismo Víctor, teniendo yo catorce años (él era un zagalón), me cogió en sus
brazos para saltar una acequia y me entró un temblor que me sonaron los dientes. Pero
es que yo he sido vergonzosa.
VIEJA. ¿Y con tu marido?...
YERMA. Mi marido es otra cosa. Me lo dio mi padre y yo lo acepté. Con alegría. Ésta
es la pura verdad. Pues el primer día que me puse novia con él ya pensé... en los hijos...
Y me miraba en sus ojos. Sí, pero era para verme muy chica, muy manejable, como si
yo misma fuera hija mía.
VIEJA. Todo lo contrario que yo. Quizá por eso no hayas parido a tiempo. Los
hombres tienen que gustar, muchacha. Han de deshacernos las trenzas y darnos de beber
agua en su misma boca. Así corre el mundo.
YERMA. El tuyo, que el mío, no. Yo pienso muchas cosas, muchas, y estoy segura que
las cosas que pienso las ha de realizar mi hijo. Yo me entregué a mi marido por él, y me
sigo entregando para ver si llega, pero nunca por divertirme.
VIEJA. ¡Y resulta que estás vacía!
YERMA. No, vacía no, porque me estoy llenando de odio. Dime, ¿tengo yo la culpa?
¿Es preciso buscar en el hombre el hombre nada más? Entonces, ¿qué vas a pensar
cuando te deja en la cama con los ojos tristes mirando al techo y da media vuelta y se
duerme? ¿He de quedarme pensando en él o en lo que puede salir relumbrando de mi
pecho? Yo no sé, pero dímelo tú, por caridad. (Se arrodilla.)
VIEJA. ¡Ay qué flor abierta! ¡Qué criatura tan hermosa eres! Déjame. No me hagas
hablar más. No quiero hablarte más. Son asuntos de honra y yo no quemo la honra de
nadie. Tú sabrás. De todos modos, debías ser menos inocente.
YERMA. (Triste.) Las muchachas que se crían en el campo, como yo, tienen cerradas
todas las puertas. Todo se vuelven medias palabras, gestos, porque todas estas cosas
dicen que no se pueden saber. Y tú también, tú también te callas y te vas con aire de
doctora, sabiéndolo todo, pero negándolo a la que se muere de sed.
VIEJA. A otra mujer serena yo le hablaría. A ti, no. Soy vieja y se lo que digo.
YERMA. Entonces, que Dios me ampare.
VIEJA. Dios, no. A mí no me ha gustado nunca Dios. ¿Cuándo os vais a dar cuenta de
que no existe? Son los hombres los que te tienen que amparar.
YERMA. Pero ¿por qué me dices eso?, ¿por qué?
VIEJA (Yéndose.) Aunque debía haber Dios, aunque fuera pequeñito, para que mandara
rayos contra los hombres de simiente podrida que encharcan la alegría de los campos.
YERMA. No sé lo que me quieres decir.
VIEJA. (Sigue.) Bueno, yo me entiendo. No pases tristeza. Espera en firme. Eres muy
joven todavía. ¿Qué quieres que haga yo? (Se va.)
(Aparecen dos Muchachas.)
MUCHACHA I. Por todas partes nos vamos encontrando gente.
YERMA. Con las faenas, los hombres están en los olivos, hay que traerles de comer.
No quedan en las casas más que los ancianos.
MUCHACHA 2. ¿Tú regresas al pueblo?
YERMA. Hacia allá voy.
MUCHACHA I Yo llevo mucha prisa. Me dejé al niño dormido y no hay nadie en
casa.
YERMA. Pues aligera, mujer. Los niños no se pueden dejar solos. ¿Hay cerdos en tu
casa?
MUCHACHA I No. Pero tienes razón. Voy deprisa.
YERMA. Anda. Así pasan las cosas. Seguramente lo has dejado encerrado.
MUCHACHA I. Es natural.
YERMA. Sí, pero es que no os dais cuenta lo que es un niño pequeño. La causa que nos
parece más inofensiva puede acabar con él. Una agujita, un sorbo de agua.
MUCHACHA I Tienes razón. Voy corriendo. Es que no me doy bien cuenta de las
cosas.
YERMA. Anda.
MUCHACHA 2. Si tuvieras cuatro o cinco, no hablarías así.
YERMA. ¿Por qué? Aunque tuviera cuarenta
MUCHACHA 2. De todos modos, tú y yo, con no tenerlos, vivimos más tranquilas.
YERMA. Yo, no.
MUCHACHA 2 Yo, sí. ¡Qué afán! En cambio mi madre no hace mas que darme
yerbajos para que los tenga y en octubre iremos al Santo que dicen que los da a la que lo
pide con ansia. Mi madre pedirá. Yo, no.
YERMA. ¿Por qué te has casado?
MUCHACHA 2. Porque me han casado. Se casan todas. Si seguimos así, no va a haber
solteras más que las niñas. Bueno, y además..., una se casa en realidad mucho antes de ir
a la iglesia. Pero las viejas se empeñan en todas estas cosas. Yo tengo diecinueve años y
no me gusta guisar, ni lavar. Bueno, pues todo el día he de estar haciendo lo que no me
gusta. ¿Y para qué? ¿Qué necesidad tiene mi marido de ser mi marido? Porque lo
mismo hacíamos de novios que ahora. Tonterías de los viejos.
YERMA. Calla, no digas esas cosas.
MUCHACHA 2. También tú me dirás loca. «¡La loca, la loca!» (Ríe.) Yo te puedo
decir lo único que he aprendido en la vida: toda la gente está metida dentro de sus casas
haciendo lo que no les gusta. Cuánto mejor se está en medio de la calle. Ya voy al
arroyo, ya subo a tocar las campanas, ya me tomo un refresco de anís.
YERMA. Eres una niña.
MUCHACHA 2. Claro pero no estoy loca. (Ríe.)
YERMA. ¿Tu madre vive en la parte más alta del pueblo?
MUCHACHA 2. Sí.
YERMA. ¿En la última casa?
MUCHACHA 2 Sí.
YERMA. ¿Cómo se llama?
MUCHACHA 2 Dolores. ¿Por qué preguntas?
YERMA. Por nada.
MUCHACHA 2 Por algo preguntarás.
YERMA. No sé..., es un decir...
MUCHACHA 2 Allá tú... Mira, me voy a dar la comida a mi marido. (Ríe.) Es lo que
hay que ver. ¡Qué lástima no poder decir mi novio! ¿Verdad? (Se va riendo
alegremente) ¡Adiós!
VOZ DE VÍCTOR. (Cantando)
¿Por qué duermes solo, pastor?
¿Por qué duermes solo, pastor?
En mi colcha de lana
dormirías mejor.
¿Por qué duermes solo, pastor?
YERMA (Escuchando)
¿Por qué duermes solo, pastor?
En mi colcha de lana
dormirías mejor.
Tu colcha de oscura piedra,
pastor,
y tu camisa de escarcha,
pastor,
juncos grises del invierno
en la noche de tu cama.
Los robles ponen agujas,
pastor,
debajo de tu almohada,
pastor,
y si oyes voz de mujer
es la rota voz del agua.
Pastor, pastor.
¿Qué quiere el monte de ti,
pastor?
Monte de hierbas amargas,
¿qué niño te está matando?
¡La espina de la retama!
(Va a salir y se tropieza con Víctor, que entra.)
VÍCTOR. (Alegre.) ¿Dónde va lo hermoso?
YERMA . ¿Cantabas tú ?
VÍCTOR. Yo.
YERMA. ¡Qué bien! Nunca te había sentido.
VÍCTOR. ¿No?
YERMA. Y qué voz tan pujante. Parece un chorro de agua que te llena toda la boca.
VÍCTOR. Soy alegre.
YERMA. Es verdad.
VÍCTOR. Como tú triste.
YERMA. No soy triste. Es que tengo motivos para estarlo.
VÍCTOR. Y tu marido más triste que tú.
YERMA. Él sí. Tiene un carácter seco.
VÍCTOR. Siempre fue igual. (Pausa. Yerma está sentada.) ¿Viniste a traer la comida?
YERMA. Sí. (Lo mira. Pausa.) ¿Qué tienes aquí? (Señala la cara.)
VÍCTOR. ¿Dónde?
YERMA. (Se levanta y se acerca a Víctor.) Aquí... en la mejilla. Como una quemadura.
VÍCTOR. No es nada.
YERMA. Me había parecido. (Pausa)
VÍCTOR. Debe ser el sol...
YERMA. Quizá... (Pausa. El silencio se acentúa y sin el menor gesto comienza una
lucha entre los dos personajes.) (Temblando.) ¿Oyes?
VÍCTOR. ¿Qué?
YERMA. ¿No sientes llorar?
VÍCTOR. (Escuchando.) No.
YERMA. Me había parecido que lloraba un niño.
VÍCTOR. ¿Sí?
YERMA. Muy cerca. Y lloraba como ahogado.
VÍCTOR. Por aquí hay siempre muchos niños que vienen a robar fruta.
YERMA. No. Es la voz de un niño pequeño. (Pausa)
VÍCTOR. No oigo nada.
YERMA. Serán ilusiones mías. (Lo mira fijamente, y Víctor la mira también y desvía la
mirada lentamente, como con miedo.) (Sale Juan)
JUAN ¿Qué haces todavía aquí?
YERMA. Hablaba.
VÍCTOR. Salud. (Sale.)
JUAN. Debías estar en casa.
YERMA. Me entretuve.
JUAN. No comprendo en qué te has entretenido.
YERMA. Oí cantar los pájaros.
JUAN. Está bien. Así darás que hablar a las gentes.
YERMA. (Fuerte.) Juan, ¿qué piensas?
JUAN. No lo digo por ti, lo digo por las gentes.
YERMA. ¡Puñalada que le den a las gentes!
JUAN. No maldigas. Está feo en una mujer.
YERMA. Ojalá fuera yo una mujer.
JUAN. Vamos a dejarnos de conversación. Vete a la casa. (Pausa)
YERMA. Está bien. ¿Te espero?
JUAN. No. Estaré toda la noche regando. Viene poca agua, es mía hasta la salida del sol
y tengo que defenderla de los ladrones. Te acuestas y te duermes.
YERMA. (Dramática.) ¡Me dormiré! (Sale.)
TELÓN.
Acto segundo
CUADRO PRIMERO
Torrente donde lavan las mujeres del pueblo. Las Lavanderas están situadas en varios
planos. Cantan:
En el arroyo frío
lavo tu cinta.
Como un jazmín caliente
tienes la risa.
LAVANDERA I. A mí no me gusta hablar.
LAVANDERA 3. Pero aquí se habla.
LAVANDERA 4.Y no hay mal en ello.
LAVANDERA 5. La que quiera honra que la gane.
LAVANDERA 4.
Yo planté un tomillo,
yo lo vi crecer.
El que quiera honra,
que se porte bien.
(Ríen.)
LAVANDERA 5 Así se habla.
LAVANDERA I. Pero es que nunca se sabe nada.
LAVANDERA 4. Lo cierto es que el marido se ha llevado vivir con ellos a sus dos
hermanas.
LAVANDERA 5. ¿Las solteras?
LAVANDERA 4. Sí. Estaban encargadas de cuidar la iglesia y ahora cuidarán de su
cuñada. Yo no podría vivir con ellas
LAVANDERA I. ¿Por qué?
LAVANDERA 4. Porque dan miedo. Son como esas hojas grandes que nacen de pronto
sobre los sepulcros. Están untadas con cera. Son metidas hacia adentro. Se me figura
que guisan su comida con el aceite de las lámparas.
LAVANDERA 3. ¿Y están ya en la casa?
LAVANDERA 4. Desde ayer. El marido sale otra vez a sus tierras.
LAVANDERA I. ¿Pero se puede saber lo que ha ocurrido?
LAVANDERA 5. Anteanoche, ella la pasó sentada en el tranco, a pesar del frío.
LAVANDERA I. Pero, ¿por qué?
LAVANDERA 4. Le cuesta trabajo estar en su casa.
LAVANDERA 5. Estas machorras son así: cuando podían estar haciendo encajes o
confituras de manzanas, les gusta subirse al tejado y andar descalzas por esos ríos.
LAVANDERA I. ¿Quién eres tú para decir estas cosas? Ella no tiene hijos, pero no es
por culpa suya.
LAVANDERA 4. Tiene hijos la que quiere tenerlos. Es que las regalonas, las flojas, las
endulzadas, no son a propósito para llevar el vientre arrugado.
(Ríen)
LAVANDERA 3. Y se echan polvos de blancura y colorete y se prenden ramos de
adelfa en busca de otro que no es su marido.
LAVANDERA 5. ¡No hay otra verdad!
LAVANDERA I. Pero ¿vosotras la habéis visto con otro?
LAVANDERA 4. Nosotras no, pero las gentes sí.
LAVANDERA I. ¡Siempre las gentes!
LAVANDERA 5. Dicen que en dos ocasiones.
LAVANDERA 2. ¿Y qué hacían?
LAVANDERA 4. Hablaban.
LAVANDERA I. Hablar no es pecado.
LAVANDERA 4. Hay una cosa en el mundo que es la mirada. Mi madre lo decía. No
es lo mismo una mujer mirando a unas rosas que una mujer mirando a los muslos de un
hombre. Ella lo mira.
LAVANDERA I. ¿Pero a quién?
LAVANDERA 4. A uno. ¿Lo oyes? Entérate tú. ¿Quieres que lo diga más alto?(Risas.)
Y cuando no lo mira, porque está sola, porque no lo tiene delante, lo lleva retratado en
los ojos.
LAVANDERA 1. ¡Eso es mentira!
LAVANDERA 5. ¿Y el marido?
LAVANDERA 3. El marido está como sordo. Parado como un lagarto puesto al sol.
(Ríen)
LAVANDERA I. Todo esto se arreglaría si tuvieran criaturas.
LAVANDERA 2. Todo esto son cuestiones de gente que no tiene conformidad con su
sino.
LAVANDERA 4. Cada hora que transcurre aumenta el infierno en aquella casa. Ella y
las cuñadas, sin despegar los labios, blanquean todo el día las paredes, friegan los
cobres, limpian con vaho los cristales, dan aceite a la solería. Pues, cuando más
relumbra la vivienda, más arde por dentro.
LAVANDERA I. Él tiene la culpa, él. Cuando un padre no da hijos debe cuidar de su
mujer.
LAVANDERA 4. La culpa es de ella, que tiene por lengua un pedernal.
LAVANDERA I. ¿Qué demonio se te ha metido entre los cabellos para que hables así?
LAVANDERA 4.¿Y quién ha dado licencia a tu boca para que me des consejos?
LAVANDERA 5 ¡Callar!
(Risas.)
LAVANDERA I. Con una aguja de hacer calceta ensartaría yo las lenguas
murmuradoras.
LAVANDERA 5. ¡Calla!
LAVANDERA 4. Y yo la tapa del pecho de las fingidas.
LAVANDERA 5. Silencio. ¿No ves que por ahí vienen las cuñadas?
(Murmullos. Entran las dos cuñadas de Yerma. Van vestidas de luto. Se ponen a lavar
en medio de un silencio. Se oyen esquilas.)
LAVANDERA I. ¿Se van ya los zagales?
LAVANDERA 3. Sí, ahora salen todos los rebaños.
LAVANDERA 4. (Aspirando.) Me gusta el olor de las ovejas.
LAVANDERA 3. ¿Sí?
LAVANDERA 4. ¿Y por qué no? Olor de lo que una tiene. Cómo me gusta el olor del
fango rojo que trae el río por el invierno.
LAVANDERA 3. Caprichos.
LAVANDERA 5. (Mirando.) Van juntos todos los rebaños.
LAVANDERA 4. Es una inundación de lana. Arramblan con todo. Si los trigos verdes
tuvieran cabeza, temblarían de verlos venir.
LAVANDERA 3. ¡Mira como corren! ¡Qué manada de enemigos!
LAVANDERA I. Ya salieron todos, no falta uno.
LAVANDERA 4. A ver... No... sí, sí falta uno.
LAVANDERA 5. ¿Cuál?...
LAVANDERA 4 El de Víctor.
(Las dos cuñadas se yerguen y miran) (Cantando entre dientes)
En el arroyo frío
lavo tu cinta.
Como un jazmín caliente
tienes la risa.
Quiero vivir
en la nevada chica
de ese jazmín.
LAVANDERA I.
¡Ay de la casada seca!
¡Ay de la que tiene los pechos de arena!
LAVANDERA 5
Dime si tu marido
guarda semillas
para que el agua cante
por tu camisa.
LAVANDERA 4.
Es tu camisa
nave de plata y viento
por las orillas.
LAVANDERA 3.
Las ropas de mi niño
vengo a lavar,
para que tome al agua
lecciones de cristal.
LAVANDERA 2
Por el monte ya llega
mi marido a comer.
Él me trae una rosa
y yo le doy tres.
LAVANDERA 5.
Por el llano ya vino
mi marido a cenar.
Las brasas que me entrega
cubro con arrayán.
LAVANDERA 4
Por el aire ya viene
mi marido a dormir.
Yo alhelíes rojos
y él rojo alhelí.
LAVANDERA 3
Hay que juntar flor con flor
cuando el verano seca la sangre al segador.
LAVANDERA 4.
Y abrir el vientre a pájaros sin sueño
cuando a la puerta llama tembloroso el invierno.
LAVANDERA 1
Hay que gemir en la sábana.
LAVANDERA 4.
¡Y hay que cantar!
LAVANDERA 5.
Cuando el hombre nos trae
la corona y el pan.
LAVANDERA 4.
Porque los brazos se enlazan.
LAVANDERA 5.
Porque la luz se nos quiebra en la garganta.
LAVANDERA 4.
Porque se endulza el tallo de las ramas.
LAVANDERA 5.
Y las tiendas del viento cubran a las montañas.
LAVANDERA 6. (Apareciendo en lo alto del torrente.)
Para que un niño funda
yertos vidrios del alba.
LAVANDERA 4.
Y nuestro cuerpo tiene
ramas furiosas de coral.
LAVANDERA 5.
Para que haya remeros
en las aguas del mar.
LAVANDERA I.
Un niño pequeño, un niño.
LAVANDERA 2
Y las palomas abren las alas y el pico.
LAVANDERA 3.
Un niño que gime, un hijo.
LAVANDERA 4.
Y los hombres avanzan
como ciervos heridos.
LAVANDERA 5 .
¡Alegría, alegría, alegría
del vientre redondo bajo la camisa!
LAVANDERA 2
¡Alegría, alegría, alegría,
ombligo, cáliz tierno de maravilla!
LAVANDERA I .
¡Pero ay de la casada seca!
¡Ay de la que tiene los pechos de arena!
LAVANDERA 4.
¡Que relumbre!
LAVANDERA 5.
¡Que corra!
LAVANDERA 4.
¡Que vuelva a relumbrar!
LAVANDERA 3
¡Que cante!
LAVANDERA 2.
¡Que se esconda!
LAVANDERA 3
Y que vuelva a cantar.
LAVANDERA 6.
La aurora que mi niño
lleva en el delantal.
LAVANDERA 4. (Cantan todas a coro.)
En el arroyo frío
lavo tu cinta.
Como un jazmín caliente
tienes la risa.
¡Ja, ja, ja!
(Mueven los paños con ritmo y los golpean.)
TELÓN.
CUADRO SEGUNDO
Casa de Yerma. Atardecer. Juan está sentado. Las dos hermanas, de pie.
JUAN. ¿Dices que salió hace poco? (La hermana mayor contesta con la cabeza.) Debe
estar en la fuente. Pero ya sabéis que me gusta que salga sola. (Pausa) Puedes poner la
mesa. (Sale la hermana menor.) Bien ganado tengo el pan que como. (A su hermana.)
Ayer pasé un día duro. Estuve podando los manzanos y a la caída de la tarde me puse a
pensar para qué pondría yo tanta ilusión en la faena si no puedo llevarme una manzana a
la boca. Estoy harto. (Se pasa las manos por la cara. Pausa.) Ésa no viene... Una de
vosotras debía salir con ella, porque para eso estáis aquí comiendo en mi mantel y
bebiendo mi vino. Mi vida está en el campo, pero mi honra está aquí. Y mi honra es
también la vuestra. (La hermana inclina la cabeza.) No lo tomes a mal. (Entra Yerma
con dos cántaros. Queda parada en la puerta.) ¿Vienes de la fuente?
YERMA. Para tener agua fresca en la comida. (Sale la otra hermana.) ¿Cómo están las
tierras?
JUAN. Ayer estuve podando los árboles.
(Yerma deja los cántaros. Pausa.)
YERMA. ¿Te quedarás?
JUAN. He de cuidar el ganado. Tú sabes que esto es cosa del dueño.
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