YERMA. Lo sé muy bien. No lo repitas.
JUAN. Cada hombre tiene su vida.
YERMA. Y cada mujer la suya. No te pido yo que te quedes. Aquí tengo todo lo que
necesito. Tus hermanas me guardan bien. Pan tierno y requesón y cordero asado como
yo aquí, y pasto lleno de rocío tus ganados en el monte. Creo que puedes vivir en paz.
JUAN. Para vivir en paz se necesita estar tranquilo.
YERMA. ¿Y tú no estás?
JUAN. No estoy.
YERMA. Desvía la intención.
JUAN. ¿Es que no conoces mi modo de ser? Las ovejas en el redil y las mujeres en su
casa. Tú sales demasiado. ¿No me has oído decir esto siempre?
YERMA. Justo. Las mujeres dentro de sus casas. Cuando las casas no son tumbas.
Cuando las sillas se rompen y las sábanas de hilo se gastan con el uso. Pero aquí, no.
Cada noche, cuando me acuesto, encuentro mi cama más nueva, mas reluciente, como si estuviera recién traída de la ciudad.
JUAN. Tú misma reconoces que llevo razón al quejarme. ¡Que tengo motivos para estar alerta!
YERMA. Alerta ¿de qué? En nada te ofendo. Vivo sumisa a ti, y lo que sufro lo guardo
pegado a mis carnes. Y cada día que pase será peor. Vamos a callarnos. Yo sabré llevar
mi cruz como mejor pueda, pero no me preguntes nada. Si pudiera de pronto volverme vieja y tuviera la boca como una flor machacada, te podría sonreír y conllevar la vida contigo. Ahora, ahora, déjame con mis clavos.
JUAN. Hablas de una manera que yo no te entiendo. No te privo de nada. Mando a los
pueblos vecinos por las cosas que te gustan. Yo tengo mis defectos, pero quiero tener
paz y sosiego contigo. Quiero dormir fuera y pensar que tú duermes también.
YERMA. Pero yo no duermo, yo no puedo dormir.
JUAN . ¿Es que te falta algo? Dime. (Pausa.) ¡Contesta!
YERMA. (Con intención y mirando fijamente al Marido.) Sí, me falta.
JUAN. Siempre lo mismo. Hace ya más de cinco años. Yo casi lo estoy olvidando.
YERMA. Pero yo no soy tú. Los hombres tienen otra vida: los ganados, los árboles, las
conversaciones; y las mujeres no tenemos más que esta de la cría y el cuido de la cría.
JUAN. Todo el mundo no es igual. ¿Por qué no te traes un hijo de tu hermano? Yo no
me opongo.
YERMA. No quiero cuidar hijos de otras. Me figuro que se me van a helar los brazos
de tenerlos.
JUAN. Con este achaque vives alocada, sin pensar en lo que debías, y te empeñas en
meter la cabeza por una roca.
YERMA. Roca que es una infamia que sea roca, porque debía ser un canasto de flores y
agua dulce.
JUAN. Estando a tu lado no se siente más que inquietud, desasosiego. En último caso
debes resignarte.
YERMA. Yo he venido a estas cuatro paredes para no resignarme. Cuando tenga la
cabeza atada con un pañuelo para que no se me abra la boca, y las manos bien
amarradas dentro del ataúd, en esa hora me habré resignado.
JUAN. Entonces, ¿qué quieres hacer?
YERMA. Quiero beber agua y no hay vaso ni agua; quiero subir al monte y no tengo
pies; quiero bordar mis enaguas y no encuentro los hilos.
JUAN. Lo que pasa es que no eres una mujer verdadera y buscas la ruina de un hombre
sin voluntad.
YERMA Yo no sé quién soy. Déjame andar y desahogarme. En nada te he faltado.
JUAN. No me gusta que la gente me señale. Por eso quiero ver cerrada esa puerta y
cada persona en su casa.
(Sale la Hermana I lentamente y se acerca a una alacena.)
YERMA. Hablar con la gente no es pecado.
JUAN. Pero puede parecerlo. (Sale la otra Hermana y se dirige a los cántaros, en los
cuales llena una jarra.) (Bajando la voz.) Yo no tengo fuerzas para estas cosas. Cuando
te den conversación, cierras la boca y piensas que eres una mujer casada.
YERMA. (Con asombro.) ¡Casada!
JUAN. Y que las familias tienen honra y la honra es una carga que se lleva entre todos.
(Sale la Hermana con la jarra, lentamente.) Pero que está oscura y débil en los mismos
caños de la sangre. (Sale la otra Hermana con una fuente, de modo casi procesional.
Pausa.) Perdóname. (Yerma mira a su Marido; éste levanta la cabeza y se tropieza con
la mirada.) Aunque me miras de un modo que no debía decirte perdóname, sino
obligarte, encerrarte, porque para eso soy el marido.
(Aparecen las dos hermanas en la puerta.)
YERMA. Te ruego que no hables. Deja quieta la cuestión. (Pausa)
JUAN. Vamos a comer. (Entran las Hermanas. Pausa.) ¿Me has oído?
YERMA. (Dulce.) Come tú con tus hermanas. Yo no tengo hambre todavía.
JUAN. Lo que quieras. (Entra.)
YERMA. (Como soñando.)
¡Ay qué prado de pena!
¡Ay qué puerta cerrada a la hermosura,
que pido un hijo que sufrir y el aire
me ofrece dalias de dormida luna!
Estos dos manantiales que yo tengo
de leche tibia, son en la espesura
de mi carne, dos pulsos de caballo,
que hacen latir la rama de mi angustia.
¡Ay pechos ciegos bajo mi vestido!
¡Ay palomas sin ojos ni blancura!
¡Ay qué dolor de sangre prisionera
me está clavando avispas en la nuca!
Pero tú has de venir, ¡amor!, mi niño,
porque el agua da sal, la tierra fruta,
y nuestro vientre guarda tiernos hijos
como la nube lleva dulce lluvia.
(Mira hacia la puerta)
¡Mariía! ¿Por qué pasas tan deprisa por mi puerta?
MARÍA. (Entra con un niño en brazos.) Cuando voy con el niño, lo hago... ¡Como
siempre lloras!...
YERMA. Tienes razón. (Coge al niño y se sienta.)
MARÍA. Me da tristeza que tengas envidia. (Se sienta.)
YERMA. No es envidia lo que tengo; es pobreza.
MARÍA. No te quejes.
YERMA. ¡Cómo no me voy a quejar cuando te veo a ti y a las otras mujeres llenas por
dentro de flores, y viéndome yo inútil en medio de tanta hermosura!
MARÍA. Pero tienes otras cosas. Si me oyeras, podrías ser feliz.
YERMA. La mujer del campo que no da hijos es inútil como un manojo de espinos ¡y
hasta mala!, a pesar de que yo sea de este desecho dejado de la mano de Dios. (Mari´a
hace un gesto como para tomar al niño.) Tómalo; contigo está más a gusto. Yo no debo
tener manos de madre.
MARÍA. ¿Por qué me dices eso?
YERMA. (Se levanta.) Porque estoy harta, porque estoy harta de tenerlas y no poderlas
usar en cosa propia. Que estoy ofendida, ofendida y rebajada hasta lo último, viendo
que los trigos apuntan, que las fuentes no cesan de dar agua, y que paren las ovejas
cientos de corderos, y las perras, y que parece que todo el campo puesto de pie me
enseña sus crías tiernas, adormiladas, mientras yo siento dos golpes de martillo aquí, en lugar de la boca de mi niño.
MARÍA. No me gusta lo que dices.
YERMA. Las mujeres, cuando tenéis hijos, no podéis pensar en las que no los tenemos.
Os quedáis frescas, ignorantes, como el que nada en agua dulce no tiene idea de la sed.
MARÍA. No te quiero decir lo que te digo siempre.
YERMA. Cada vez tengo más deseos y menos esperanzas.
MARÍA. Mala cosa.
YERMA. Acabaré creyendo que yo misma soy mi hijo. Muchas noches bajo yo a echar
la comida a los bueyes, que antes no lo hacía, porque ninguna mujer lo hace, y cuando
paso por lo oscuro del cobertizo mis pasos me suenan a pasos de hombre.
MARÍA. Cada criatura tiene su razón.
YERMA. A pesar de todo, sigue queriéndome. ¡Ya ves cómo vivo!
MARÍA. ¿Y tus cuñadas?
YERMA. Muerta me vea y sin mortaja, si alguna vez les dirijo la conversación.
MARÍA. ¿Y tu marido?
YERMA. Son tres contra mí.
MARÍA. ¿Qué piensan?
YERMA. Figuraciones. De gente que no tiene la conciencia tranquila. Creen que me
puede gustar otro hombre y no saben que, aunque me gustara, lo primero de mi casta es la honradez. Son piedras delante de mí. Pero ellos no saben que yo, si quiero, puedo ser agua de arroyo que las lleve.
(Una hermana entra y sale llevando un pan.)
MARÍA. De todas maneras, creo que tu marido te sigue queriendo.
YERMA. Mi marido me da pan y casa.
MARÍA. ¡Qué trabajos estás pasando, qué trabajos, pero acuérdate de las llagas de
Nuestro Señor! (Están en la puerta.)
YERMA. (Mirando al niño.) Ya ha despertado.
MARÍA. Dentro de poco empezará a cantar.
YERMA. Los mismos ojos que tú, ¿lo sabías? ¿Los has visto? (Llorando.) ¡Tiene los
mismos ojos que tú!
(Yerma empuja suavemente a María y ésta sale silenciosa. Yerma se dirige a la puerta
por donde entró su marido.)
MUCHACHA 2. ¡Chisss!
YERMA. (Volviéndose.) ¿Qué?
MUCHACHA 2 Esperé a que saliera. Mi madre te está aguardando.
YERMA . ¿Está sola?
MUCHACHA 2. Con dos vecinas.
YERMA. Dile que esperen un poco.
MUCHACHA 2 ¿Pero vas a ir? ¿No te da miedo?
YERMA. Voy a ir.
MUCHACHA 2. ¡Allá tú!
YERMA. ¡Que me esperen aunque sea tarde!
(Entra Víctor)
VÍCTOR. ¿Está Juan?
YERMA. Sí.
MUCHACHA 2 (Cómplice.) Entonces, yo traeré la blusa.
YERMA. Cuando quieras. (Sale la Muchacha.) Siéntate.
VÍCTOR. Estoy bien así.
YERMA. (Llamando al marido.) ¡Juan!
VÍCTOR. Vengo a despedirme.
YERMA. (Se estremece ligeramente, pero vuelve a su serenidad) ¿Te vas con tus
hermanos?
VÍCTOR. Así lo quiere mi padre.
YERMA. Ya debe estar viejo.
VÍCTOR. Sí, muy viejo. (Pausa)
YERMA. Haces bien en cambiar de campos.
VÍCTOR. Todos los campos son iguales.
YERMA. No. Yo me iría muy lejos.
VÍCTOR. Es todo lo mismo. Las mismas ovejas tienen la misma lana.
YERMA. Para los hombres, sí, pero las mujeres somos otra cosa. Nunca oí decir a un
hombre comiendo: «¡Qué buena son estas manzanas!». Vais a lo vuestro sin reparar en la delicadezas. De mí sé decir que he aborrecido el agua de estos pozos.
VÍCTOR . Puede ser.
(La escena está en una suave penumbra. Pausa.)
YERMA. Víctor.
VÍCTOR. Dime.
YERMA. ¿Por qué te vas? Aquí las gentes te quieren.
VÍCTOR. Yo me porté bien. (Pausa.)
YERMA. Te portaste bien. Siendo zagalón me llevaste una vez en brazos; ¿no
recuerdas? Nunca se sabe lo que va a pasar.
VÍCTOR. Todo cambia.
YERMA. Algunas cosas no cambian. Hay cosas encerradas detrás de los muros que no
pueden cambiar porque nadie las oye.
VÍCTOR. Así es.
(Aparece la Hermana 2 y se dirige lentamente hacia la puerta, donde se queda fija,
iluminada por la última luz de la tarde.)
YERMA. Pero que si salieran de pronto y gritaran, llenarían el mundo.
VÍCTOR. No se adelantaría nada. La acequia por su sitio, el rebaño en el redil, la luna
en el cielo y el hombre con su arado.
YERMA. ¡Qué pena más grande no poder sentir las enseñanzas de los viejos!
(Se oye el sonido largo y melancólico de las caracolas de los pastores.)
VÍCTOR. Los rebaños.
JUAN. (Sale.) ¿Vas ya de camino?
VÍCTOR. Quiero pasar el puerto antes del amanecer.
JUAN. ¿Llevas alguna queja de mí?
VÍCTOR. No. Fuiste buen pagador.
JUAN. (A Yerma.) Le compré los rebaños.
YERMA. ¿Sí?
VÍCTOR . (A Yerma.) Tuyos son.
YERMA. No lo sabía.
JUAN . (Satisfecho.) Así es.
VÍCTOR. Tu marido ha de ver su hacienda colmada.
YERMA. El fruto viene a las manos del trabajador que lo busca.
(La Hermana que está en la puerta entra dentro.)
JUAN Ya no tenemos sitio donde meter tantas ovejas.
YERMA. (Sombría.) La tierra es grande. (Pausa)
JUAN. Iremos juntos hasta el arroyo.
VÍCTOR. Deseo la mayor felicidad para esta casa. (Le da la mano a Yerma.)
YERMA. ¡Dios te oiga! ¡Salud!
(Víctor le da salida y, a un movimiento imperceptible de Yerma, se vuelve.)
VÍCTOR. ¿Decías algo?
YERMA. (Dramática.) Salud dije.
VÍCTOR. Gracias.
(Salen. Yerma queda angustiada mirándose la mano que ha dado a Vcítor. Yerma se
dirige rápidamente hacia la izquierda y toma un mantón)
MUCHACHA 2. (En silencio, tapándole la cabeza.) Vamos.
YERMA. Vamos.
(Salen sigilosamente. La escena está casi a oscuras. Sale la hermana con un velón que
no debe dar al teatro luz ninguna, sino la natural que lleva. Se dirige al fin de la escena
buscando a Yerma. Suenan los caracoles de los rebaños.)
CUÑADA I. (En voz baja.) ¡Yerma!
(Sale la Hermana 2, se miran las dos y se dirige a la puerta.)
CUÑADA 2(Más alto.) ¡Yerma! (Sale.)
CUÑADA I. (Dirigiéndose a la puerta también y con una carrasposa voz.) ¡Yerma!
(Sale. Se oyen los cárabos y los cuernos de lo pastores. La escena está oscurísima.)
TELÓN.
Acto tercero
CUADRO PRIMERO
Casa de la Dolores, la conjuradora. Está amaneciendo. Entra Yerma con Dolores y dos
Viejas.
DOLORES. Has estado valiente.
VIEJA 1. No hay en el mundo fuerza como la del deseo.
VIEJA 2.Pero el cementerio estaba demasiado oscuro.
DOLORES. Muchas veces yo he hecho estas oraciones en el cementerio con mujeres
que ansiaban críos, y todas han pasado miedo. Todas, menos tú.
YERMA. Yo he venido por el resultado. Creo que no eres mujer engañadora.
DOLORES. No soy. Que mi lengua se llene de hormigas, como está la boca de los
muertos, si alguna vez he mentido. La última vez hice la oración con una mujer
mendicante, que estaba seca más tiempo que tú, y se le endulzó el vientre de manera tan hermosa que tuvo dos criaturas ahí abajo, en el río, porque no le daba tiempo a llegar a las casas, y ella misma las trajo en un pañal para que yo las arreglase.
YERMA. ¿Y pudo venir andando desde el río?
DOLORES. Vino. Con los zapatos y las enaguas empapadas en sangre..., pero con la
cara reluciente.
YERMA. ¿Y no le pasó nada?
DOLORES. ¿Qué le iba a pasar? Dios es Dios.
YERMA. Naturalmente. No le podía pasar nada, sino agarrar las criaturas y lavarlas
con agua viva. Los animales los lamen, ¿verdad? A mí no me da asco de mi hijo. Yo
tengo la idea de que las recién paridas están como iluminadas por dentro, y los niños se duermen horas y horas sobre ellas oyendo ese arroyo de leche tibia que les va llenando los pechos para que ellos mamen, para que ellos jueguen, hasta que no quieran más, hasta que retiren la cabeza "... otro poquito más, niño... ", y se les llene la cara y el pecho de gota blancas.
DOLORES. Ahora tendrás un hijo. Te lo puedo asegurar.
YERMA. Lo tendré porque lo tengo que tener. O no entiendo el mundo. A veces,
cuando ya estoy segura de que jamás, jamás..., me sube como una oleada de fuego por
los pies y se me quedan vacías todas las cosas, y los hombres que andan por la calle y
los toros y las piedras me parecen como cosas de algodón. Y me pregunto: ¿para qué
estarán ahí puestos?
VIEJA 1 Está bien que una casada quiera hijos, pero si no los tiene, ¿por qué ese ansia
de ellos? Lo importante de este mundo es dejarse llevar por los años. No te critico. Ya
has visto cómo he ayudado a los rezos. Pero, ¿qué vega esperas dar a tu hijo, ni qué
felicidad, ni qué silla de plata?
YERMA. Yo no pienso en el mañana; pienso en el hoy. Tú estás vieja y lo ves ya todo
como un libro leído. Yo pienso que tengo sed y no tengo libertad. Yo quiero tener a mi
hijo en los brazos para dormir tranquila y, óyelo bien y no te espantes de lo que te digo, aunque yo supiera que mi hijo me iba a martirizar después y me iba a odiar y me iba a llevar de los cabellos por las calles, recibiría con gozo su nacimiento, porque es mucho
mejor llorar por un hombre vivo que nos apuñala, que llorar por este fantasma sentado año tras año encima de mi corazón.
VIEJA 1. Eres demasiado joven para oír consejo. Pero, mientras esperas la gracia de
Dios, debes ampararte en el amor de tu marido.
YERMA. ¡Ay! Has puesto el dedo en la llaga más honda que tienen mis carnes.
DOLORES Tu marido es bueno.
YERMA. (Se levanta) ¡Es bueno! ¡Es bueno! ¿Y qué? Ojalá fuera malo. Pero no. Él va
con sus ovejas por sus caminos y cuenta el dinero por las noches. Cuando me cubre,
cumple con su deber, pero yo le noto la cintura fría como si tuviera el cuerpo muerto, y
yo, que siempre he tenido asco de las mujeres calientes, quisiera ser en aquel instante
como una montaña de fuego.
DOLORES. ¡Yerma!
YERMA No soy una casada indecente; pero yo sé que los hijos nacen del hombre y de
la mujer. ¡Ay, si los pudiera tener yo sola!
DOLORES. Piensa que tu marido también sufre.
YERMA. No sufre. Lo que pasa es que él no ansía hijos.
VIEJA 1. ¡No digas eso!
YERMA. Se lo conozco en la mirada y, como no los ansía, no me los da. No lo quiero,
no lo quiero y, sin embargo, es mi única salvación. Por honra y por casta. Mi única
salvación.
VIEJA 1 (Con miedo.) Pronto empezará a amanecer. Debes irte a tu casa.
DOLORES. Antes de nada saldrán los rebaños y no conviene que te vean sola.
YERMA. Necesitaba este desahogo. ¿Cuántas veces repito las oraciones?
DOLORES. La oración del laurel, dos veces, y al mediodía, la oración de santa Ana.
Cuando te sientas encinta me traes la fanega de trigo que me has prometido.
VIEJA 1. Por encima de los montes ya empieza a clarear. Vete.
DOLORES Como en seguida empezarán a abrir los portones, te vas dando un rodeo
por la acequia.
YERMA. (Con desaliento.) ¡No sé por qué he venido!
DOLORES. ¿Te arrepientes?
YERMA. ¡No!
DOLORES. (Turbada.) Si tienes miedo, te acompañaré hasta la esquina.
YERMA. ¡Quita!
VIEJA 1 (Con inquietud) Van a ser las claras del día cuando llegues a tu puerta. (Se
oyen voces)
DOLORES ¡Calla! (Escuchan)
VIEJA 1 No es nadie. Anda con Dios.
(Yerma se dirige a la puerta y en este momento llaman a ella. Las tres mujeres quedan
paradas.)
DOLORES. ¿Quién es?
JUAN Soy yo.
YERMA. Abre. (Dolores duda.) ¿Abres o no?
(Se oyen murmullos. Aparece Juan con las dos Cuñadas.)
HERMANA 2 Aquí está.
YERMA. ¡Aquí estoy!
JUAN. ¿Qué haces en este sitio? Si pudiera dar voces, levantaría a todo el pueblo, para
que viera dónde iba la honra de mi casa; pero he de ahogarlo todo y callarme porque
eres mi mujer.
YERMA. Si pudiera dar voces, también las daría yo, para que se levantaran hasta los
muertos y vieran esta limpieza que me cubre.
JUAN. ¡No, eso no! Todo lo aguanto menos eso. Me engañas, me envuelves y, como
soy un hombre que trabaja la tierra, no tengo ideas para tus astucias.
DOLORES. ¡Juan!
JUAN. ¡Vosotras, ni palabra!
DOLORES. (Fuerte.) Tu mujer no ha hecho nada malo.
JUAN. Lo está haciendo desde el mismo día de la boda. Mirándome con dos agujas,
pasando las noches en vela con los ojos abiertos al lado mío, y llenando de malos
suspiros mis almohadas.
YERMA. ¡Cállate!
JUAN. Y yo no puedo más. Porque se necesita ser de bronce para ver a tu lado una
mujer que te quiere meter los dedos dentro del corazón y que se sale de noche fuera de su casa, ¿en busca de qué? ¡Dime!, ¿buscando qué? Las calles están llenas de machos. En las calles no hay flores que cortar .
YERMA. No te dejo hablar ni una sola palabra. Ni una más. Te figuras tú y tu gente
que sois vosotros los únicos que guardáis honra, y no sabes que mi casta no ha tenido
nunca nada que ocultar. Anda. Acércate a mí y huele mis vestidos, ¡acércate!, a ver
dónde encuentras un olor que no sea tuyo, que no sea de tu cuerpo. Me pones desnuda
en mitad de la plaza y me escupes. Haz conmigo lo que quieras, que soy tu mujer, pero
guárdate de poner nombre de varón sobre mis pechos.
JUAN. No soy yo quien lo pone; lo pones tú con tu conducta y el pueblo lo empieza a
decir. Lo empieza a decir claramente. Cuando llego a un corro, todos callan; cuando voy a pesar la harina, todos callan; y hasta de noche en el campo, cuando despierto, me parece que también se callan las ramas de los árboles.
YERMA. Yo no sé por qué empiezan los malos aires que revuelcan al trigo y ¡mira tú
si el trigo es bueno!
JUAN. Ni yo sé lo que busca una mujer a todas horas fuera de su tejado.
YERMA. (En un arranque y abrazándose a su Marido.) Te busco a ti. Te busco a ti. Es
a ti a quien busco día y noche sin encontrar sombra donde respirar. Es tu sangre y tu
amparo lo que deseo.
JUAN. Apártate.
YERMA. No me apartes y quiere conmigo.
JUAN ¡Quita!
YERMA. Mira que me quedo sola. Como si la luna se buscara ella misma por el cielo.
¡Mírame! (Lo mira.)
JUAN. (La mira y la aparta bruscamente.) ¡Déjame ya de una vez!
DOLORES. ¡Juan! (Yerma cae al suelo)
YERMA. (Alto.) Cuando salía por mis claveles me tropecé con el muro. ¡Ay! ¡Ay! Es
en ese muro donde tengo que estrellar mi cabeza.
JUAN. Calla. Vamos.
DOLORES. ¡Dios mío!
YERMA. (A gritos.) Maldito sea mi padre, que me dejó su sangre de padre de cien
hijos. Maldita sea mi sangre, que los busca golpeando por las paredes.
JUAN. ¡Calla he dicho!
DOLORES. ¡Viene gente! Habla bajo.
YERMA. No me importa. Dejarme libre siquiera la voz, ahora que voy entrando en lo
más oscuro del pozo. (Se levanta.) Dejar que de mi cuerpo salga siquiera esta cosa
hermosa y que llene el aire.
DOLORES. Van a pasar por aquí.
JUAN. Silencio.
YERMA. ¡Eso! ¡Eso! Silencio. Descuida.
JUAN. Vamos. ¡Pronto!
YERMA. ¡Ya está! ¡Ya está! ¡Y es inútil que me retuerza las manos! Una cosa es
querer con la cabeza...
JUAN. Calla.
YERMA. (Bajo.) Una cosa es querer con la cabeza y otra cosa es que el cuerpo, maldito
sea el cuerpo, no nos responda. Está escrito y no me voy a poner a luchar a brazo
partido con los mares. Ya está. ¡Que mi boca se quede muda! (Sale.)
TELÓN.
CUADRO SEGUNDO
Alrededores de una ermita en plena montaña. En primer término, unas ruedas de carro
y unas mantas formando una tienda rústica, donde está Yerma. Entran las Mujeres con
ofrendas a la ermita. Vienen descalzas. En la escena está la Vieja alegre del primer
acto.
(Canto a telón corrido)
No te pude ver
cuando eras soltera,
mas de casada te encontraré.
No te pude ver
cuando eras soltera.
Te desnudaré,
casada y romera,
cuando en lo oscuro las doce den.
VIEJA. (Con sorna.) ¿Habéis bebido ya el agua santa?
MUJER 1 Sí.
VIEJA. Y ahora, a ver a ése.
MUJER 2 Creemos en él.
VIEJA. Venís a pedir hijos al santo y resulta que cada año vienen más hombres solos a
esta romería. ¿Qué es lo que pasa? (Ríe)
MUJER 1 ¿A qué vienes aquí, si no crees?
VIEJA. A ver. Yo me vuelvo loca por ver. Y a cuidar de mi hijo. El año pasado se
mataron dos por una casada seca y quiero vigilar. Y, en último caso, vengo porque me
da la gana.
MUJER 1 ¡Que Dios te perdone! (Entran.)
VIEJA. (Con sarcasmo.) Que te perdone a ti.
(Se va. Entra María con la muchacha 1)
MUCHACHA I. ¿Y ha venido?
MARÍA. Ahí tienen el carro. Me costó mucho que vinieran. Ella ha estado un mes sin
levantarse de la silla. Le tengo miedo. Tiene una idea que no sé cuál es, pero desde
luego es una idea mala.
MUCHACHA I Yo llegué con mi hermana. Lleva ocho años viniendo sin resultado.
MARÍA. Tiene hijos la que los tiene que tener.
MUCHACHA I. Es lo que yo digo. (Se oyen voces)
MARÍA. Nunca me gustó esta romería. Vamos a las eras, que es donde está la gente.
MUCHACHA I El año pasado, cuando se hizo oscuro, unos mozos atenazaron con sus
manos los pechos de mi hermana.
MARÍA. En cuatro leguas a la redonda no se oyen más que palabras terribles.
MUCHACHA I Más de cuarenta toneles de vino he visto en las espaldas de la ermita.
MARÍA. Un río de hombres solos baja por esas sierras.
(Se oyen voces. Entra Yerma con seis mujeres que van a la iglesia. Van descalzas y
llevan cirios rizados. Empieza el anochecer.)
YERMA.
Señor, que florezca la rosa,
no me la dejéis en sombra.
MUJER 2
Sobre su carne marchita
florezca la rosa amarilla.
MARÍA.
Y en el vientre de tus siervas
, la llama oscura de la tierra.
CORO
Señor, que florezca la rosa,
no me la dejéis en sombra. (Se arrodillan)
YERMA
El cielo tiene jardines
con rosales de alegría:
entre rosal y rosal,
la rosa de maravilla.
Rayo de aurora parece
y un arcángel la vigila,
las alas como tormentas,
los ojos como agonías.
Alrededor de sus hojas
arroyos de leche tibia
juegan y mojan la cara
de las estrellas tranquilas.
Señor, abre tu rosal
sobre mi carne marchita. (Se levanta)
MUJER 2
Señor, calma con tu mano
las ascuas de su mejilla.
YERMA
Escucha a la penitente
de tu santa romería.
Abre tu rosa en mi carne
aunque tenga mil espinas.
CORO
Señor, que florezca la rosa,
no me la dejéis en sombra.
YERMA
Sobre mi carne marchita,
la rosa de maravilla.
(Entran) (Salen las Muchachas corriendo con largas cintas en las manos, por la
izquierda, y entran. Por la derecha, otras tres, con largas cintas y mirando hacia atrás,
que entran también. Hay en la escena como un crescendo de voces, con ruidos de
cascabeles y colleras de campanillas. En un plano superior aparecen las siete
muchachas, que agitan las cintas hacia la izquierda. Crece el ruido y entran dos
Máscaras populares, una como Macho y otra como hembra. Llevan grandes caretas. El
Macho empuña un cuerno de toro en la mano. No son grotescas de ningún modo, sino
de gran belleza y con un sentido de pura tierra. La Hembra agita un collar de grandes
cascabeles. El fondo se llena de gente que grita y comenta la danza. Está muy anochecido.)
NIÑOS; ¡El demonio y su mujer! ¡El demonio y su mujer!
HEMBRA: En el río de la sierra
la esposa triste se bañaba.
Por el cuerpo le subían
los caracoles del agua.
La arena de las orillas
y el aire de la mañana
le daban fuego a su risa
y temblor a sus espaldas.
¡Ay qué desnuda estaba
la doncella en el agua!
NIÑO
¡Ay cómo se quejaba!
HOMBRE 1
¡Ay marchita de amores!
¡Con el viento y el agua!
HOMBRE 2
¡Que diga a quién espera!
HOMBRE 1
¡Que diga a quién aguarda!
HOMBRE 2
¡Ay con el vientre seco
y la color quebrada!
HEMBRA
Cuando llegue la noche lo diré
cuando llegue la noche clara.
Cuando llegue la noche de la romería
rasgaré los volantes de mi enagua.
NIÑO
Y en seguida vino la noche.
¡Ay que la noche llegaba!
Mirad qué oscuro se pone
el chorro de la montaña.
(Empiezan a sonar unas guitarras.)
MACHO. (Se levanta y agita el cuerno.)
¡Ay qué blanca
la triste casada!
¡Ay cómo se queja entre las ramas!
Amapola y clavel serás luego,
cuando el Macho despliegue su capa.
(Se acerca)
Si tú vienes a la romería
a pedir que tu vientre se abra,
no te pongas un velo de luto,
sin dulce camisa de holanda.
Vete sola detrás de los muros,
donde están las higueras cerradas,
y soporta mi cuerpo de tierra
hasta el blanco gemido del alba.
¡Ay cómo relumbra!
¡Ay cómo relumbraba!
¡Ay cómo se cimbrea la casada!
HEMBRA
¡Ay que el amor le pone
coronas y guirnaldas,
y dardos de oro vivo
en sus pechos se clavan!
MACHO
Siete veces gemía,
nueve se levantaba.
Quince veces juntaron
jazmines con naranjas.
HOMBRE 3
¡Dale ya con el cuerno!
HOMBRE 2
Con la rosa y la danza.
HOMBRE 1
¡Ay cómo se cimbrea la casada!
MACHO
En esta romería
el varón siempre manda.
Los maridos son toros,
el varón siempre manda,
y las romeras flores,
para aquel que las gana.
NIÑO
Dale ya con el aire.
HOMBRE 2
Dale ya con la rama.
MACHO
¡Venid a ver la lumbre
de la que se bañaba!
HOMBRE 1
Como junco se curva.
HEMBRA
Y como flor se cansa.
HOMBRES
¡Que se aparten las niñas!
MACHO
¡Que se queme la danza
y el cuerpo reluciente
de la limpia casada!
(Se van bailando con son de palmas y música. Cantan.)
El cielo tiene jardines
con rosales de alegría:
entre rosal y rosal,
la rosa de maravilla.
(Vuelven a pasar dos muchachas gritando. Entra la vieja alegre.)
VIEJA. A ver si luego nos dejáis dormir. Pero luego será ella. (Entra Yerma.) ¿Tú?
(Yerma está abatida y no habla.) Dime ¿para qué has venido?
YERMA. No sé.
VIEJA. ¿No te convences? ¿Y tu esposo?
(Yerma da muestras de cansancio y de persona a la que una idea fija le oprime la
cabeza.)
YERMA. Ahí está.
VIEJA. ¿Qué hace?
YERMA Bebe. (Pausa. Llevándose las manos a la frente) ¡Ay!
VIEJA Ay, ay. Menos ¡ay! y mas alma. Antes no he querido decirte, pero ahora, sí.
YERMA. ¡Y qué me vas a decir que ya no sepa!
VIEJA. Lo que ya no se puede callar. Lo que está puesto encima del tejado. La culpa es
de tu marido, ¿lo oyes? Me dejaría cortar las manos. Ni su padre, ni su abuelo, ni su
bisabuelo se portaron como hombres de casta. Para tener hijo ha sido necesario que se junte el cielo con la tierra. Están hechos con saliva. En cambio, tu gente, no. Tienes
hermanos y primos a cien leguas a la redonda. ¡Mira qué maldición ha venido a caer
sobre tu hermosura!
YERMA. Una maldición. Un charco de veneno sobre las espigas.
VIEJA. Pero tú tienes pies para marcharte de tu casa.
YERMA ¿Para marcharme?
VIEJA. Cuando te vi en la romería me dio un vuelco el corazón. Aquí vienen las
mujeres a conocer hombres nuevos y el Santo hace el milagro. Mi hijo está sentado
detrás de la ermita esperándote. Mi casa necesita una mujer. Vete con él y viviremos los tres juntos. Mi hijo sí es de sangre. Como yo. Si entras en mi casa, todavía queda olor de cunas. La ceniza de tu colcha se te volverá pan y sal para las crías. Anda. No te importe la gente. Y, en cuanto a tu marido, hay en mi casa entrañas y herramientas para que no cruce siquiera la calle.
YERMA. Calla, calla. ¡Si no es eso! Nunca lo haría. Yo no puedo ir a buscar. ¿Te
figuras que puedo conocer otro hombre? ¿Dónde pones mi honra? El agua no se puede volver atrás, ni la luna llena sale a mediodía. Vete. Por el camino que voy seguiré. ¿Has pensado en serio que yo me pueda doblar a otro hombre? ¿Que yo vaya a pedirle lo que es mío como una esclava? Conóceme, para que nunca me hables más. Yo no busco.
VIEJA. Cuando se tiene sed, se agradece el agua.
YERMA. Yo soy como un campo seco donde caben arando mil pares de bueyes, y lo
que tú me das es un pequeño vaso de agua de pozo. Lo mío es dolor que ya no está en
las carnes.
VIEJA. (Fuerte.) Pues sigue así. Por tu gusto es. Como los cardos del secano. Pinchosa,
marchita.
YERMA. (Fuerte.) Marchita sí, ¡ya lo sé! ¡Marchita! No es preciso que me lo
refriegues por la boca. No vengas a solazarte, como los niños pequeños en la agonía de
un animalito. Desde que me casé estoy dándole vueltas a esta palabra, pero es la primera vez que la oigo, la primera vez que me la dicen en la cara. La primera vez que veo que es verdad.
VIEJA. No me das ninguna lástima, ninguna. Yo buscaré otra mujer para mi hijo.
(Se va. Se oye un gran coro lejano cantado por los romeros. Yerma se dirige hacia el
carro y aparece por detrás del mismo su marido.)
YERMA. ¿Estabas ahí?
JUAN. Estaba.
YERMA. ¿Acechando?
JUAN Acechando.
YERMA. ¿Y has oído?
JUAN. Sí.
YERMA ¿Y qué? Déjame y vete a los cantos. (Se sienta en las mantas)
JUAN También es hora de que yo hable.
YERMA ¡Habla!
JUAN. Y que me queje.
YERMA. ¿Con qué motivo?
JUAN. Que tengo el amargor en la garganta.
YERMA Y yo en los huesos.
JUAN. Ha llegado el último minuto de resistir este continuo lamento por cosas oscuras,
fuera de la vida, por cosas que están en el aire.
YERMA. (Con asombro dramático.) ¿Fuera de la vida dices? ¿En el aire dices?
JUAN. Por cosas que no han pasado y ni tú ni yo dirigimos.
YERMA. (Violenta.) ¡Sigue! ¡Sigue!
JUAN. Por cosas que a mí no me importan. ¿Lo oyes? Que a mi no me importan. Ya es
necesario que te lo diga. A mí me importa lo que tengo entre las manos. Lo que veo por mis ojos.
YERMA. (Incorporándose de rodillas, desesperada.) Así, así. Eso es lo que yo quería
oír de tus labios. No se siente la verdad cuando está dentro de una misma, pero ¡qué
grande y cómo grita cuando se pone fuera y levanta los brazos! ¡No le importa! ¡Ya lo
he oído!
JUAN. (Acercándose.) Piensa que tenía que pasar así. Óyeme. (La abraza para
incorporarla.) Muchas mujeres serían felices de llevar tu vida. Sin hijos es la vida más
dulce. Yo soy feliz no teniéndolos. No tenemos culpa ninguna.
YERMA. ¿Y qué buscabas en mí?
JUAN. A ti misma.
YERMA. (Excitada.) ¡Eso! Buscabas la casa, la tranquilidad y una mujer. Pero nada
más. ¿Es verdad lo que digo?
JUAN. Es verdad. Como todos.
YERMA. ¿Y lo demás? ¿Y tú hijo?
JUAN. (Fuerte) ¡No oyes que no me importa! ¡No me preguntes más! ¡Que te lo tengo
que gritar al oído para que lo sepas, a ver si de una vez vives ya tranquila!
YERMA. ¿Y nunca has pensado en él cuando me has visto desearlo?
JUAN. Nunca. (Están los dos en el suelo)
YERMA. ¿Y no podré esperarlo?
JUAN No.
YERMA. ¿Ni tú?
JUAN. Ni yo tampoco. ¡Resígnate!
YERMA. ¡Marchita!
JUAN. Y a vivir en paz. Uno y otro, con suavidad, con agrado. ¡Abrázame! (La
abraza.)
YERMA. ¿Qué buscas?
JUAN. A ti te busco. Con la luna estás hermosa
YERMA. Me buscas como cuando te quieres comer una paloma.
JUAN. Bésame... así.
YERMA. Eso nunca. Nunca. (Yerma da un grito y aprieta la garganta de su esposo.
Éste cae hacia atrás. Yerma le aprieta la garganta hasta matarle. Empieza el Coro de
la romería). Marchita, marchita, pero segura. Ahora sí que lo sé de cierto. Y sola. (Se
levanta. Empieza a llegar gente.) Voy a descansar sin despertarme sobresaltada, para
ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva. Con el cuerpo seco para siempre. ¿Qué
queréis saber? No os acerquéis, porque he matado a mi hijo. ¡Yo misma he matado a mi hijo!
(Acude un grupo que queda parado al fondo. Se oye el Coro de la romería.)
TELÓN.
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